Jacinta Yatay, caminando por la peatonal Sarandí, Montevideo, agosto de 2005 Yo tenía 5 años en el Satélite cuando se apareció Luis. Recién estábamos empezando y la directora de la División estaba convencida de que solo podían entrar las “mentes especiales” al Satélite, así que imaginate. Lo recuerdo en ese entonces como una mancha negra en el panorama, un bache de la calle. Era insoportable verlo a veces. No, o sea, no es que me cayera mal, mal dicho así nomás, pero es cierto que despegaba muchísimo como para que uno pudiera tener una opinión normal de él. No era comparable con el resto de los oficiales, eso seguro. Y no porque fuera brillante, es decir, lo era y lo continúa siendo, pero no solamente por eso había que diferenciarlo. Dicho simplemente: era un tipo raro, ¿vió? Yo me acuerdo perfecto que entraba al edificio, se servía un café negro y no despegaba el culo de la silla hasta las seis de la tarde. No se levantaba para ir al baño (o al menos yo nunca jamás lo vi), ni a fumar, ni nada. Y no hablaba con nadie. ¡Nadie! Hasta que lo pusieron con Gustavo por supuesto, pero esa es otra historia. Lo cierto es que no hablaba con nadie, es más, yo no escuché su voz hasta que la capitana Gabriela lo llamó una vez. ¿Luna? En mi oficina, dijo, algo así, y Luis dijo bueno. Bueno... Todos los de la oficina nos miramos entre nosotros con los ojos enormes y no dijimos nada. No nos atrevimos porque en algún sentido nos daba un poco de miedo.

El único que le llegó a tomar el pelo en ese tiempo fue Armando, que bueno, es Armando, y con él nunca hay remedio. Lo emparejaron con él apenas entró, como siempre se hace, y no dejaba de cagarsele de risa adelante. Pasó dos días más o menos trabajando en equipo hasta que se cansó y resolvió el caso que se supone que estaban haciendo juntos (el del asesinato doble en Piedras Blancas) él solo. La primera hazaña Lunar. Nos dejó con los pelos parados a todos, en especial a Armando. Vos seguro pensás que eso es razonable, o sea, tu compañero de trabajo te acaba de obsoletizar sin piedad, pero afectar a Armando es casi que imposible. Generalmente él es el que hace eso. Me lo hizo a mí, a Ismael, bueno, incluso a Tomás, que pobrecito no tiene nada que ver. Me parece que desde entonces Armando es más humilde.


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