Estoy lleno de amor y de espejos. Amor, amor, amor. Respiro un aire que no es mío y me entrego a lo que está al otro lado, como devoto, como santo. Amor a las letras, a los números, a la cerámica y a la carne.

Me siento adormecido. Sumergido en el fondo del mar, seré yo el que todo lo ve y nada lo toca. El motor de la ciudad, gris empedernido, polvo sarnoso hecho asfalto, el que nada ve y nada siente. Sí: aquella máquina hirviente, humeante, más podrida que pulmones de fumador, cavará mi tumba y la cruzará en banderas.

Cucharada, cucharada, cucharada. Dame la palma y el sabor agrio de tu puño de hierro, házmelo confundir con la sangre en mi boca. El óxido, la peste, los hongos, la viruela, hazme sentir hijo. Nieto.

Mi campera de cuero está toda llena de hongos y me arden los ojos, pica la nariz, duele la costilla. Me tienen que dormir

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